Ahí tenían que estar River y Boca

Las veces que lo habremos pensado este sábado mientras veíamos el embolante partido entre Palmeiras y el Santos. Jugado, sí, con tensión de final, pero ¡un embole! Pasaban los minutos y seguíamos esperando una jugada, peligro de gol, ¡aunque más no fuera una polémica con el VAR!, y tan poco se animaban a acercarse a las áreas que ni eso había. Hasta el pobre Loustau, árbitro diplomado como uno de los que mejor interpretan y aplican la ventaja para darle continuidad del juego, se tuvo que pasar la tarde pitando y pitando. Lejos de los brillos brasileños de otros tiempos, estos estaban más ocupados en cortar y cortar, en cagarse bien a patadas, que en jugar. Lesionados haciéndose atender largamente, una morosidad exagerada cada vez que había que reponer la pelota desde el arco o el lateral. Y cuando uno se quiso apurar, el técnico contrario se avivó y se la escondió.



Desde que se sortearon los playoffs que veníamos palpitando que este día podíamos estar frente a otra finalísima River-Boca. Es cierto que Boca no era el Boca de Bianchi, que River se veía más vulnerable que sus antecesores de este ciclo Gallardo, pero a lo largo de esta final a cada rato pensábamos que los dos tenían con qué estar en el lugar de los brasileños y habrían honrado mejor lo que se jugaban.



Así es la Copa. No te perdona una mala noche, en el momento justo y el lugar justo en que no hay que fallar. Boca tuvo una noche fatal en la vuelta contra el Santos, irreconocible, errático, desanimado, cayendo sin luchar. River tuvo medio partido terrible en la ida contra Palmeiras, en el que el ahora campeón le facturó cash las distracciones y errores en que incurrió y sacó la ventaja que ni con una actuación estupenda le pudieron remontar.

Y así fue como los que llegaron a Río no fueron River ni Boca. Se colaron Palmeiras y Santos, y nos dieron esta insípida final de Libertadores.