
Ezequiel Fernández Moores (lanacion.com.ar)
BOCA JUNIORS

Los artistas
Zinedine Zidane, que anotó el 1-0, sigue sentado como si nada en el vestuario y la FIFA mira preocupada el reloj. Sabe que el primer tiempo, con un penal, jugadas bruscas y protestas de Portugal, fue caliente.
ro es una semifinal de Mundial (2006) y el segundo período debe comenzar en hora. El vestuario portugués en el Allianz Arena de Munich es el más agitado, pero el DT Luiz Felipe Scolari garantiza la salida en tiempo.
No sucede lo mismo en el vestuario de Francia. El DT Raymond Domenech ya dio las indicaciones, pero ahora, para sorpresa del oficial FIFA, toma la palabra el capitán Liliam Thuram, que hace cambios en la pizarra. Termina Thuram, pero Zidane sigue sin moverse. Falta un minuto y ni siquiera tiene puestos botines y medias. 'Zizou -le ruega el oficial FIFA-, ya empezamos'. Zidane, me dice un testigo de la escena, responde que ya va. 'Total -le dice-, el partido no puede empezar sin mí.'
Años atrás, preocupado porque Juan Román Riquelme parecía triste y Boca lo precisaba el domingo para un clásico pesado, Carlos Bianchi, preguntó al crack qué pasaba. 'El sábado -le contestó Román- se juega la final de la villa', en el barrio San Jorge, en Don Torcuato. El Virrey, que creció en calle de tierra y se formó en los potreros de Villa Real, sabía de qué se trataba. Román aprendió a defender la pelota en esa cuna. Y contra mayores que jugaban por plata. Una vez le dieron una patada en la espalda que casi lo parte. Se levantó y siguió jugando. Se defendía con brazos, culo. Con lo que hiciera falta. Ahí aprendió Román a hacer equilibrio. Un curso acelerado de picardía. Domaba cualquier pelota que le llegaba y no había modo de sacársela. Hinchas con cuchillo seguían partidos en la línea de cal. ¿Cómo iba a temerles luego a finales de Libertadores en un Morumbí colmado si los hinchas estaban en las tribunas y había policía y televisión? '¿A qué hora podrías llegar a la concentración?', preguntó Bianchi a Riquelme. Me cuentan que Román volvió con los tobillos algo hinchados por los golpes. Que se pasó la noche con hielo. Y que al día siguiente la rompió. Habrá que acostumbrarse, pero este viernes comienza un nuevo campeonato. Y comenzará sin Román.
Zidane tiene razón. Ya están en la cancha Cristiano Ronaldo y Luis Figo, pero el partido no puede comenzar sin él. Sale último de todos. El público recibe con silbidos el segundo tiempo demorado. Zidane, que no repite sus buenas actuaciones previas ante España o Brasil, parece insultar en un momento al uruguayo Larrionda. Al domingo siguiente, final del Mundial contra Italia, sale expulsado. 'Terrible cabezazo del diez de los blancos al seis de los azules, terrible cabezazo', grita y repite tres, cuatro veces, por el intercomunicador con su dramático tono andaluz el cuarto árbitro, el español Luis Medina Cantalejo. '¿Viste si hubo provocación?', le pregunta el argentino Horacio Elizondo, árbitro de la final, que no vio nada porque estaba de espaldas a la jugada. 'No, no, no, yo lo único que vi es el cabezazo del diez de los blancos, pero oye coño, cuando lo veas en el video del hotel no lo vas a poder creer.' Según me cuentan, Zidane, cansado de la marca antirreglamentaria del italiano Marco Materazzi, le dijo '¿querés la camiseta?', como pidiéndole que dejara de agarrarlo. 'No, quiero a la puta de tu hermana', respondió Materazzi. Faltaban minutos para el final. Para la ejecución de penales que decidiría el título. Para que Zidane ('lección obligatoria en las escuelas', lo definió una vez Jorge Valdano) pudiera retirarse como bicampeón mundial. Con una despedida gloriosa. Pero tiró un cabezazo furioso al pecho de Materazzi. Fue su última acción dentro de una cancha.
Riquelme estuvo muy cerca de jugar esa final del Mundial 2006 contra Zidane. José Pekerman, acaso el DT que más lo valoró en la selección, lo sacó a los 72 minutos del partido de cuartos que, finalmente, Alemania empató a los 80 y luego ganó por penales. Con dolores cervicales y agotado por el duro partido de octavos contra México, Riquelme, director de orquesta en la primera rueda, que incluyó el histórico 6-0 a Serbia y Montenegro, cerró sin brillo el único de los cinco Mundiales que podría haber jugado. Los dos cracks sí se enfrentaron en la Liga de España: Zidane brillando en Real Madrid, Riquelme en Villarreal, ya 'libre como el viento', liberado del 'secuestro' al que lo había sometido Louis Van Gaal en Barcelona, como escribió el periodista español Julio César Iglesias en El País. Hay un documental de 2006 (Zidane: Un retrato del siglo XXI) que sigue a Zizou con 17 cámaras en un partido en el Bernabéu. Que controla su respiración, cuenta sus gotas de sudor y hasta nos permite escuchar cuando el crack le dice en voz baja al árbitro que 'es una vergüenza' que haya cobrado un penal que no fue. Zidane termina expulsado y Real Madrid gana sufriendo 2-1. Riquelme, justamente, marca el penal que casi estropea la fiesta. El otro duelo más recordado, un año después, fue la despedida de Zidane en el Bernabéu, ante 78.000 personas. El partido terminó 3-3 y Román a puntos estuvo de arruinar la fiesta en el descuento: primero salvó Iker Casillas, luego el palo. Zidane había llamado a Riquelme unos días antes diciéndole que quería su camiseta. 'Cada vez que toma la pelota, yo miro y aprendo', lo celebró Román. Y Zizou, que salió cinco minutos antes para la ovación, lo esperó clavado en la línea de cal. La imagen -recordada estos días por el propio Zidane cuando Riquelme anunció su retiro- muestra a Zizou despidiéndose emocionado. Con la camiseta de Román en la mano.
El paralelismo entre ambos artistas no es caprichoso. Tienen 'linajes muy parecidos. De economía de movimientos, mucha elegancia y mucha visión del juego'. Lo dice Alejandro Dolina en El caño más bello del mundo (Planeta, 2014), un hermoso y reciente libro escrito por Diego Tomasi. Zidane y Riquelme, coincide en el libro 'el Patrón' Bermúdez, compartían la misma sensación de lentitud: 'Parecían frenar el juego, pero hacían el juego más rápido'. Como me dijo una vez un admirador de ambos: aceleraban lo detenido y detenían lo acelerado. Contraculturales, no aceptaban la orden de 'todos a correr, prohibido pensar'. 'No se puede hacer más lento', ironizaba uno de sus trucos favoritos el mago René Lavand, recientemente fallecido, mientras enlentecía la unión de cartas rojas y negras, pero confirmando que siempre su mano izquierda (la derecha se la habían amputado cuando tenía nueve años) era más rápida que nuestra vista. Flacos, altos, diestros, de habilidad funcional y de tranco largo, ambos fueron organizadores del juego. Líderes del fútbol ordenado. Hacían jugar a todos. Y los mejoraban. Por algo tienen casi más asistencias que goles. Y mejoraban a los demás. Además, regalaban placer manteniéndose serios. 'Zidane no se ríe y es el mejor', respondió una vez Riquelme. Pero Román, que no alcanzó la estatura internacional de Zizou, tenía algo que, para bien y para mal, lo hacía acaso más único: la dependencia que generaba. Estratego pero también creador, con él en campo, el equipo jugaba a su ritmo y a su inspiración. La TV no alcanzaba. Para ver 'la omniscencia y la comprensión completa del juego de Riquelme' -le dice el escritor Martín Kohan a Tomasi- había que ir a la cancha.
Zidane confesó en alguna entrevista que permaneció casi escondido tras su retiro por cierta vergüenza que le provocó el cabezazo a Materazzi y haber dejado a Francia con uno menos en un momento decisivo. Pasaron ocho años, pero Zizou sigue siendo amado e intocable. Una encuesta de enero pasado lo mantiene vigésimo en la lista de las personalidades preferidas por los franceses. Y eso que lleva diez años en España, donde se le permitió una concesión reglamentaria para que siga dirigiendo al Castilla, un equipo filial de Segunda B, trampolín para, tarde o temprano, ser el nuevo DT de Real Madrid. Riquelme, que dijo que podría ser presidente de Boca antes que DT, es, sin embargo, más arisco y no reúne tanta aprobación fuera de la cancha. Seguirá habiendo vida para ambos sin los botines. Lo que ya hicieron con una pelota queda para siempre. Escribió una vez el poeta W. C. Williams sobre el arte en el deporte: 'El destello de la genialidad: todo para nada, excepto por la belleza, lo eterno'.
Años atrás, preocupado porque Juan Román Riquelme parecía triste y Boca lo precisaba el domingo para un clásico pesado, Carlos Bianchi, preguntó al crack qué pasaba. 'El sábado -le contestó Román- se juega la final de la villa', en el barrio San Jorge, en Don Torcuato. El Virrey, que creció en calle de tierra y se formó en los potreros de Villa Real, sabía de qué se trataba. Román aprendió a defender la pelota en esa cuna. Y contra mayores que jugaban por plata. Una vez le dieron una patada en la espalda que casi lo parte. Se levantó y siguió jugando. Se defendía con brazos, culo. Con lo que hiciera falta. Ahí aprendió Román a hacer equilibrio. Un curso acelerado de picardía. Domaba cualquier pelota que le llegaba y no había modo de sacársela. Hinchas con cuchillo seguían partidos en la línea de cal. ¿Cómo iba a temerles luego a finales de Libertadores en un Morumbí colmado si los hinchas estaban en las tribunas y había policía y televisión? '¿A qué hora podrías llegar a la concentración?', preguntó Bianchi a Riquelme. Me cuentan que Román volvió con los tobillos algo hinchados por los golpes. Que se pasó la noche con hielo. Y que al día siguiente la rompió. Habrá que acostumbrarse, pero este viernes comienza un nuevo campeonato. Y comenzará sin Román.
Zidane tiene razón. Ya están en la cancha Cristiano Ronaldo y Luis Figo, pero el partido no puede comenzar sin él. Sale último de todos. El público recibe con silbidos el segundo tiempo demorado. Zidane, que no repite sus buenas actuaciones previas ante España o Brasil, parece insultar en un momento al uruguayo Larrionda. Al domingo siguiente, final del Mundial contra Italia, sale expulsado. 'Terrible cabezazo del diez de los blancos al seis de los azules, terrible cabezazo', grita y repite tres, cuatro veces, por el intercomunicador con su dramático tono andaluz el cuarto árbitro, el español Luis Medina Cantalejo. '¿Viste si hubo provocación?', le pregunta el argentino Horacio Elizondo, árbitro de la final, que no vio nada porque estaba de espaldas a la jugada. 'No, no, no, yo lo único que vi es el cabezazo del diez de los blancos, pero oye coño, cuando lo veas en el video del hotel no lo vas a poder creer.' Según me cuentan, Zidane, cansado de la marca antirreglamentaria del italiano Marco Materazzi, le dijo '¿querés la camiseta?', como pidiéndole que dejara de agarrarlo. 'No, quiero a la puta de tu hermana', respondió Materazzi. Faltaban minutos para el final. Para la ejecución de penales que decidiría el título. Para que Zidane ('lección obligatoria en las escuelas', lo definió una vez Jorge Valdano) pudiera retirarse como bicampeón mundial. Con una despedida gloriosa. Pero tiró un cabezazo furioso al pecho de Materazzi. Fue su última acción dentro de una cancha.
Riquelme estuvo muy cerca de jugar esa final del Mundial 2006 contra Zidane. José Pekerman, acaso el DT que más lo valoró en la selección, lo sacó a los 72 minutos del partido de cuartos que, finalmente, Alemania empató a los 80 y luego ganó por penales. Con dolores cervicales y agotado por el duro partido de octavos contra México, Riquelme, director de orquesta en la primera rueda, que incluyó el histórico 6-0 a Serbia y Montenegro, cerró sin brillo el único de los cinco Mundiales que podría haber jugado. Los dos cracks sí se enfrentaron en la Liga de España: Zidane brillando en Real Madrid, Riquelme en Villarreal, ya 'libre como el viento', liberado del 'secuestro' al que lo había sometido Louis Van Gaal en Barcelona, como escribió el periodista español Julio César Iglesias en El País. Hay un documental de 2006 (Zidane: Un retrato del siglo XXI) que sigue a Zizou con 17 cámaras en un partido en el Bernabéu. Que controla su respiración, cuenta sus gotas de sudor y hasta nos permite escuchar cuando el crack le dice en voz baja al árbitro que 'es una vergüenza' que haya cobrado un penal que no fue. Zidane termina expulsado y Real Madrid gana sufriendo 2-1. Riquelme, justamente, marca el penal que casi estropea la fiesta. El otro duelo más recordado, un año después, fue la despedida de Zidane en el Bernabéu, ante 78.000 personas. El partido terminó 3-3 y Román a puntos estuvo de arruinar la fiesta en el descuento: primero salvó Iker Casillas, luego el palo. Zidane había llamado a Riquelme unos días antes diciéndole que quería su camiseta. 'Cada vez que toma la pelota, yo miro y aprendo', lo celebró Román. Y Zizou, que salió cinco minutos antes para la ovación, lo esperó clavado en la línea de cal. La imagen -recordada estos días por el propio Zidane cuando Riquelme anunció su retiro- muestra a Zizou despidiéndose emocionado. Con la camiseta de Román en la mano.
El paralelismo entre ambos artistas no es caprichoso. Tienen 'linajes muy parecidos. De economía de movimientos, mucha elegancia y mucha visión del juego'. Lo dice Alejandro Dolina en El caño más bello del mundo (Planeta, 2014), un hermoso y reciente libro escrito por Diego Tomasi. Zidane y Riquelme, coincide en el libro 'el Patrón' Bermúdez, compartían la misma sensación de lentitud: 'Parecían frenar el juego, pero hacían el juego más rápido'. Como me dijo una vez un admirador de ambos: aceleraban lo detenido y detenían lo acelerado. Contraculturales, no aceptaban la orden de 'todos a correr, prohibido pensar'. 'No se puede hacer más lento', ironizaba uno de sus trucos favoritos el mago René Lavand, recientemente fallecido, mientras enlentecía la unión de cartas rojas y negras, pero confirmando que siempre su mano izquierda (la derecha se la habían amputado cuando tenía nueve años) era más rápida que nuestra vista. Flacos, altos, diestros, de habilidad funcional y de tranco largo, ambos fueron organizadores del juego. Líderes del fútbol ordenado. Hacían jugar a todos. Y los mejoraban. Por algo tienen casi más asistencias que goles. Y mejoraban a los demás. Además, regalaban placer manteniéndose serios. 'Zidane no se ríe y es el mejor', respondió una vez Riquelme. Pero Román, que no alcanzó la estatura internacional de Zizou, tenía algo que, para bien y para mal, lo hacía acaso más único: la dependencia que generaba. Estratego pero también creador, con él en campo, el equipo jugaba a su ritmo y a su inspiración. La TV no alcanzaba. Para ver 'la omniscencia y la comprensión completa del juego de Riquelme' -le dice el escritor Martín Kohan a Tomasi- había que ir a la cancha.
Zidane confesó en alguna entrevista que permaneció casi escondido tras su retiro por cierta vergüenza que le provocó el cabezazo a Materazzi y haber dejado a Francia con uno menos en un momento decisivo. Pasaron ocho años, pero Zizou sigue siendo amado e intocable. Una encuesta de enero pasado lo mantiene vigésimo en la lista de las personalidades preferidas por los franceses. Y eso que lleva diez años en España, donde se le permitió una concesión reglamentaria para que siga dirigiendo al Castilla, un equipo filial de Segunda B, trampolín para, tarde o temprano, ser el nuevo DT de Real Madrid. Riquelme, que dijo que podría ser presidente de Boca antes que DT, es, sin embargo, más arisco y no reúne tanta aprobación fuera de la cancha. Seguirá habiendo vida para ambos sin los botines. Lo que ya hicieron con una pelota queda para siempre. Escribió una vez el poeta W. C. Williams sobre el arte en el deporte: 'El destello de la genialidad: todo para nada, excepto por la belleza, lo eterno'.
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