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RIQUELME

Román se hizo grito en la caída
El “Riquelme, Riquelme” se mezcló entre los silbidos cuando se iba el equipo. La barra intentó tapar esos cantos.
Parece que a la Bombonera el sol le pega igual que siempre, de costado, mientras baja por detrás de la tribuna, como para que alguno se haga visera, un ratito antes de que empiece el partido. Parece. Parece que le hinchada vibra igual que siempre mientras el equipo sale a la cancha envuelto en el clásico “Boca, mi buen amigo” . Parece. Parece que el equipo que está ahí, con medias blancas, es el mismo de siempre y que en algún momento entrará un hombre con la 10 y dibujará sonrisas. Parece.
Todo parece porque lo que en realidad no aparece es Juan Román Riquelme, esa suerte de filosofía hecha jugador que bañó el mundo azul y oro durante una pila de años. Román no está y aunque todo parece lo de siempre, nada es igual que antes.
Una tarde de invierno, Boca fue al diván con la vulnerabilidad de un ego creado en la época más gloriosa de su historia.
Allí, entre la pertenencia y la triste realidad de ya no ser, quedó Bianchi, anclado a aquellas épocas de oro. La anteúltima ausencia, la de Riquelme, dejó a los hinchas desangelados, casi a cargo de una reivindicación propia en el aliento del tablón, como para adjudicarse ellos el peso de sostener a su amor. Eran los bosteros de verdad, los de la tribuna. Y sus sensaciones encontradas al mirar hacia la cancha y hacia las oficinas dirigenciales.
El primer domingo de fútbol después de Riquelme dibujó ausencias en todas las esquinas de la vida de Boca. Lo hizo en el fútbol y en las tribunas. Incluso con algunos de los mandamientos de la historia del 10. Román estuvo y no estuvo cuando la barra del club intentó tapar con cánticos aquella ovación de la gente a Carlos Bianchi, en el comienzo de la tarde. Lo mismo ocurrió ni bien se consumó la derrota, cuando los barras silbaron a un gran grupo hinchas, que entonaba un sonoro “Riquelme, Riquelme” . Nada pudieron hacer ante los insultos al presidente, con el repetido “Angelici botón” . El histórico enfrentamiento del 10 con la barra brava se expuso de nuevo en la vida diaria del club, incluso con el gran protagonista fuera del mismo. Si hasta Bianchi expresaría el concepto de que allí Román estaba incluso sin estar: “No sé si se va a jugar mejor o peor sin Riquelme, pero prefiero jugar 4-4-2”.
La vida después de Riquelme intenta ampararse en lo que la gente quiere obtener de sus identidades colectivas, discutiblemente desdibujadas en el actual modelo del club, pero vigentes en la historia. El Jugador Número 12 , que poco tiene que ver con esos mercenarios que se alquilan políticamente arriba del paravalancha, es el camino que parecen haber elegido los hinchas para transitar el duelo.
Alentar a alentarse.
Una referencia que les ha servido a varios clubes para subsistir en inclementes entornos. Claro, la resaca de los grandes momentos impone exasperaciones e irritabilidades propias de los ojos que han sabido ver cosas mejores que las que tuvieron delante ayer.
El hincha vivió su tarde gris con el agridulce sabor de llegar al mismo lugar de toda la vida con referencias cada vez más difusas de lo que el fútbol supo darle.
Boca ya no tiene a Riquelme y le pide con desesperación a Bianchi que invente alguno de esos recuerdos otra vez.
Pasan los años, pasan los jugadores, pero quedan los sentimientos. Y los huecos que dejan las grandes ausencias. El resto es obvio.
Por supuesto que el hincha no para de alentar.
Una tarde de invierno, Boca fue al diván con la vulnerabilidad de un ego creado en la época más gloriosa de su historia.
Allí, entre la pertenencia y la triste realidad de ya no ser, quedó Bianchi, anclado a aquellas épocas de oro. La anteúltima ausencia, la de Riquelme, dejó a los hinchas desangelados, casi a cargo de una reivindicación propia en el aliento del tablón, como para adjudicarse ellos el peso de sostener a su amor. Eran los bosteros de verdad, los de la tribuna. Y sus sensaciones encontradas al mirar hacia la cancha y hacia las oficinas dirigenciales.
El primer domingo de fútbol después de Riquelme dibujó ausencias en todas las esquinas de la vida de Boca. Lo hizo en el fútbol y en las tribunas. Incluso con algunos de los mandamientos de la historia del 10. Román estuvo y no estuvo cuando la barra del club intentó tapar con cánticos aquella ovación de la gente a Carlos Bianchi, en el comienzo de la tarde. Lo mismo ocurrió ni bien se consumó la derrota, cuando los barras silbaron a un gran grupo hinchas, que entonaba un sonoro “Riquelme, Riquelme” . Nada pudieron hacer ante los insultos al presidente, con el repetido “Angelici botón” . El histórico enfrentamiento del 10 con la barra brava se expuso de nuevo en la vida diaria del club, incluso con el gran protagonista fuera del mismo. Si hasta Bianchi expresaría el concepto de que allí Román estaba incluso sin estar: “No sé si se va a jugar mejor o peor sin Riquelme, pero prefiero jugar 4-4-2”.
La vida después de Riquelme intenta ampararse en lo que la gente quiere obtener de sus identidades colectivas, discutiblemente desdibujadas en el actual modelo del club, pero vigentes en la historia. El Jugador Número 12 , que poco tiene que ver con esos mercenarios que se alquilan políticamente arriba del paravalancha, es el camino que parecen haber elegido los hinchas para transitar el duelo.
Alentar a alentarse.
Una referencia que les ha servido a varios clubes para subsistir en inclementes entornos. Claro, la resaca de los grandes momentos impone exasperaciones e irritabilidades propias de los ojos que han sabido ver cosas mejores que las que tuvieron delante ayer.
El hincha vivió su tarde gris con el agridulce sabor de llegar al mismo lugar de toda la vida con referencias cada vez más difusas de lo que el fútbol supo darle.
Boca ya no tiene a Riquelme y le pide con desesperación a Bianchi que invente alguno de esos recuerdos otra vez.
Pasan los años, pasan los jugadores, pero quedan los sentimientos. Y los huecos que dejan las grandes ausencias. El resto es obvio.
Por supuesto que el hincha no para de alentar.
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