Relato en primera persona de la última visita de Maradona a la Bombonera | JuanRomanRiquelme.com
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Relato en primera persona de la última visita de Maradona a la Bombonera

Relato en primera persona de la última visita de Maradona a la Bombonera
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¿Cuánto sabes de Riquelme?

La noche que hubo magia en el aire.

Fue el 7 de marzo de este año, cuando Gimnasia visitó a Boca por la última fecha de la Superliga. Paradójicamente el Xeneize se consagró campeón.

El debate se había instalado en la semana previa. El Gimnasia La Plata dirigido por Diego Armando Maradona iba a visitar la Bombonera justo el día en el que Boca podía extirparle el título de campeón de la Superliga a River y como el ídolo había hecho campaña a favor de la dirigencia anterior comandada por Daniel Angelici e impulsado la candidatura de Christian Gribaudo, era mirado de reojo por la cúpula actual. En la Comisión hubo internas por el tema: de qué manera agasajar al astro azul y oro, si es que se decidían a hacerlo. El clamor popular así se lo demandaba, así como también el vínculo afectivo del Diez con el club. Además los demás equipos le habían dado la bienvenida con bombos y platillos: fuegos artificiales, camisetas personalizadas, sillones con su nombre y alfombra roja. Pero todavía quedaban las cenizas del fuego cruzado previo de las elecciones de fines de 2019.

Diego había sido vehemente contra la fórmula Ameal-Pergolini que había sumado como tercera pata a Riquelme. Al entonces candidato lo señaló como “el peor presidente en la historia del club” y luego insinuó que Román se había vendido al mejor postor entre los candidatos a quedarse con el sillón de la oficina más importante de Brandsen 805. Riquelme optó por el silencio, el presidente prefirió responder con sutileza y Pergolini fue el que más levantó la guardia.

Ameal triunfó en los comicios y Riquelme reemplazó a Gustavo Alfaro con Miguel Ángel Russo. Retocaron el plantel que luchaba por la primera posición y se decidieron a disputar ese mini torneo de 7 fechas que les quedaba en el inicio de 2020 para bordar otra estrella. A medida que fueron pasando los partidos -y victorias- el morbo por la definición justo contra el Lobo de Maradona, que encima peleaba por la permanencia (cuando todavía la AFA mantenía la idea de los descensos), creció.



River, con 46 puntos, visitaba a Atlético en Tucumán. Boca, con 45, estaba obligado a ganar en la Bombonera. El mano a mano entre los dos clubes más importantes del país fue el tema de la semana. El segundo, el homenaje de Maradona. Los dirigentes xeneizes se reunieron y definieron que lo mejor era abrirle los brazos aunque sin la participación directa de ninguno de los enemigos públicos del Diez. Ni Ameal, ni Pergolini, ni Riquelme. El anfitrión perfecto entonces fue Carlos Tevez, que después de salir a la cancha liderando a su equipo se dirigió hasta el banco de suplentes visitante y le dio un beso en la boca a su amigo personal. La nueva camiseta (de la misma marca que lo había acompañado durante la conquista del campeonato 81) con su dorsal característico y apellido fue enmarcada y entregada en mano a Diego. Quienes se la entregaron fueron dos ex compañeros como Miguel Ángel Brindisi, quien hacía poco también lo había recibido en cancha de Huracán, y Hugo Perotti.

Dos horas y media antes del inicio del encuentro en el aire se sentía algo especial. Lógico, Boca estaba ante la chance de ganar otro título y justamente arrancárselo al River de Gallardo, que tantas frustraciones le había generado en el último tiempo. Pero había algo más. Los hinchas así lo hicieron sentir. Porque hubo decenas que arribaron al Alberto J. Armando exacerbados por el compromiso aunque también por la vuelta de D10S, que pisaría el césped después de largo rato. Muchísimos fanáticos optaron por lucir las camisetas 10 (originales o réplicas) de principios de los 80. Otros apelaron a las de mediados de los 90 que había lucido Diego. Las del Napoli y la selección argentina no faltaron. Más bien todo lo contrario: quien narra estas líneas fue testigo de que hubo infiltrados de otros equipos en las tribunas que se las ingeniaron para conseguir un ingreso solamente para ver de cerca a Maradona.

Sí, es cierto que varias veces se entonó el “los de arriba son gallinas, los podemos alcanzar” en la previa. Pero el cántico que más fuerte se oyó en los alrededores de la Bombonera fue dedicado a él: “Vale 10 palos verdes, se llama Maradona...”. A medida que el reloj se fue acercando a la hora del comienzo del match, se adhirieron gargantas y fervor que lo tornaron directamente ensordecedor. Nunca había habido tanta gente acumulada en la puerta del vestuario visitante como ese 7 de marzo. Incluso Guillermo Coppola aguardaba por su arribo en ese sector. Fue caótico su andar por los pasillos de la cancha, rodeado por las cámaras de TV, sus guardaespaldas, periodistas y algún cholulo que había logrado filtrarse para estar cerca.

Luego de dar la última arenga para sus jugadores a la par del Gallego Méndez, fue conducido al túnel y recorrió la manga con sus escoltas. No bien asomó su gorra la Bombonera estalló: “Maradó, Maradó...”. Puedo jurar que ahí, ahí se sintió una magia indescriptible en el aire. Se aceleró el pulso de todos al unísono. El ambiente se estremeció. La energía se condensó. Y él, como de costumbre, imantó todas las miradas. Con el equipo deportivo azul que lo caracterizó en el Lobo, se reunió con sus ex compinches en la mitad de la cancha y recibió los homenajes preparados por el departamento de Relaciones Públicas de Boca. Plaqueta honorífica por su título conseguido en el 81 y la camiseta enmarcada y personalizada. Diego se hizo la señal de la cruz, se besó la mano y tocó el césped que hace años regó con mucha magia. “Hay que alentar a Maradó, oh oh, oh oh, hay que alentar hasta la muerte, porque yo a Diego lo quiero, porque yo soy un bostero y lo llevo en el corazón, y no me importa lo que digan esos putos periodistas la puta que los parió”, fue la melodía que resonó desde los cuatro costados mientras el Diez enfiló para el sector donde estaban apostados los fotógrafos y realizaba ademanes con sus manos como si fuera el director de orquesta y los hinchas los encargados de los instrumentos.

Desde la tercera bandeja, arriba de La 12, se desplegó una bandera con tres imágenes suyas. Desde la zona de palcos, otra. Maradona saludó a los arqueros de Boca (Esteban Andrada y Marcos Díaz) que terminaban de hacer la entrada en calor en el campo y empezó a saltar al oír que el público gritaba “el que no salta, es un inglés, y ya lo ve, y ya lo ve”. Puño en alto y golpes de puño al corazón. La hinchada enloqueció. Gargantas rojas, piel erizada y ojos vidriosos. Enseguida, “lo quería el Barcelona, lo quería River Plate, Maradona es de Boca, porque gallina no es”. Por unos minutos, todos los presentes se olvidaron de que en unos instantes se iba a jugar un partido y ¡se iba a definir un título! Al banco se acercaron su hija mayor Dalma y su nieto Benjamín. Ese fue el instante más emotivo para Diego. La emotividad se cerró cuando arrancó el encuentro. Y ahí Maradona no tuvo tapujos, quería dejar sin vuelta olímpica a los de Russo. Porque bostero hasta la médula pero aún más profesional. Hasta se supo que el DT se fue muy caliente de la Bombonera por el 0-1 que complicó a su equipo en la tabla de promedios. Jamás negoció su amor por Boca ni tampoco la suerte deportiva del Tripero.

Hubo un último obsequio casi imperceptible hasta para las cámaras de TV de la transmisión oficial, que lo siguieron prácticamente cada segundo. Cuando Maradona estaba por adentrarse en la manga en el entretiempo, de cara a La 12, encogió sus brazos y aleteó en señal de “gallinas”. Para muchos, esa señal fue tomada como un presagio. En el segundo tiempo River no podría imponerse en Tucumán y Tevez convirtió el gol que le dio el título al dueño de casa. Ahí sí Diego quedó en un segundo plano. Y era completamente lógico.

Igualmente ya había recibido la atención y gozado de un afecto a la altura de lo que significa en la historia de Boca. Se marchó enojado por la victoria de Gimnasia pero, en el fondo, feliz por haber notado que el amor incondicional del pueblo xeneize se mantenía intacto. Esa fue la última visita de Diego Armando Maradona a la Bombonera y al mismo tiempo su adiós al público con el que más se identificó. Tras su pérdida física se iluminó su palco ante la absoluta oscuridad del barrio de La Boca, que lo llora desde el miércoles pasado, en uno de los homenajes más emotivos que recibió hasta ahora. Indefectiblemente, cuando les permitan a los hinchas volver a las canchas, al menos una camiseta con el nombre de Maradona alentará Boca en cada partido.







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