

Boca no fue campeón, pero festejó a su manera
Con los goles de Palermo (2), Palacio (2), Paletta y Chávez, Boca goleó a Tigre y fue subcampeón del Clausura por diferencia de gol.
Se festeja un campeonato moral, más allá de que la vuelta olímpica en serio estuvo ajena a la Bombonera, en la vereda del superclásico rival. ¿Vale la pena tanta felicidad? Habrá que medir el vaso. Al cabo, Boca fue el equipo que más puntos consiguió a lo largo de la temporada, con setenta unidades.
Se celebra por una goleada ante un rival de muy inferior jerarquía, la antítesis del equipo revelación y subcampeón del torneo Apertura. Hay sonrisas. No importa que la final de la Copa Libertadores, pasado mañana, sea disputada por Fluminense y Liga de Quito. El dolor de saber que ya no será el campeón de América aparece disimulado detrás de los gritos de Palacio y Palermo. Ellos, que hacen de la tribuna un pueblo, son capaces de ver una tormenta como un cielo azul. Lógico. En los últimos años ganaron todo, más allá de que este semestre se quedaron con nada.
Entonces, el desenlace del Clausura entrega otro capítulo cargado de pasión. De fiesta. Y de nostalgia. Porque se va Rodrigo. Porque Palermo quedó a un gol de la historia y de Francisco Varallo. Porque hubo media docena de impactos en la red de Daniel Islas, algo que no ocurría hace cuatro años en el templo azul y oro. Porque Boca, parece, siempre se las arregla para vivir en una realidad diferente, más allá de algún sacudón.
Desde el amanecer del encuentro quedaron claras las posturas. Por un lado, Boca estaba dispuesto a ganar por el orgullo de figurar arriba de todos en la tabla general. De hecho, a los diez segundos ya contaba con un tiro de esquina a su favor. Por el otro, Tigre, a pesar de sus limitaciones, no tenía ni la menor intención de acurrucarse contra Islas, más allá del incesante asedio local.
Tardó muy poco Palacio en demostrar que su anochecer sería inolvidable. Una triangulación exquisita (Monzón-Riquelme-taco de Palermo) terminó con una definición de manual. A un rincón. Y pensar que era cuestionado por sus fallas frente al arco. Con sangre fría, ejecutó a Islas.
Relajado, sin tanta tensión, Boca desparramó a la frágil defensa de Tigre. Pero el equipo de Victoria mostró sus garras en ataque. Especialmente por el buen pie de Román Martínez, bien acompañado por Diego Castaño más la tozudez de Lucas Pratto, Palermo en frasco chico. Y Mauricio Caranta dejó claro por qué los dirigentes de Boca pensaron en Roberto Abbondanzieri para reemplazarlo: una mala salida le permitió empatar al otro Román.
Pero el Román verdadero es Riquelme. Y después de otra falla defensiva de Tigre (centro de Ibarra, error de Morero y Fontanello en el cierre, volea de Palermo) en el segundo gol, el enganche de Boca metió la pelota de cuchara para el tercero, un cabezazo inapelable de Gabriel Paletta.
En el segundo tiempo, Tigre se expuso porque nunca se metió atrás. Sufrió, claro. Es que Boca encontró posibilidades para abrir la cancha con la velocidad de Palacio. Con el toque fino de un Riquelme al que sólo en este tipo de partidos se le puede permitir jugar caminando. Con las piruetas de Palermo. Con las proyecciones de Dátolo. Y Rodrigo metió el cuarto tras una notable jugada colectiva. Pero descontó Martínez de media distancia. ¿Milagro de Tigre? Imposible. De nuevo Palacio y Palermo se encontraron. Y Riquelme agarró dormida a la defensa visitante para el debut de Chávez en la red. Y Boca festejó. Como casi siempre, al margen de la coyuntura.