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La historia detrás de Gabriel Pola Aranda, la nueva joya de las inferiores de Boca

La historia detrás de Gabriel Pola Aranda, la nueva joya de las inferiores de Boca
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¿Cuánto sabes de Riquelme?

La influencia de su padre, veterano de Malvinas.

El defensor es una de las últimas grandes apariciones en la cantera xeneize. Detrás suyo existe un emotivo relato de superación.



Cada vez que Sebastián Battaglia lo necesitó, respondió. Gabriel Aranda es uno de los pibes de la Reserva de Boca Juniors que bancaron la parada en los partidos contra Banfield y San Lorenzo por la Liga Profesional pasada, cuando el plantel profesional había sido obligado a aislarse por romper la burbuja en Belo Horizonte en el escándalo con Atlético Mineiro. Se fueron algunos marcadores centrales y llegaron otros, pero una sumatoria de lesiones en ese sector de la cancha le abrieron la puerta para la titularidad. Cumplió con creces ante Vélez en Liniers por la Copa de la Liga y fue uno de los puntos altos ante Always Ready en la Libertadores. Acaba de cumplir 21 años y volverá a jugar mañana tras una lesión. Detrás suyo hay una historia de dedicación y esfuerzo. No solamente del Pola sino también de su padre, Pedro, veterano de Malvinas.

Con apenas 3 años, Gabriel ya corría atrás de una pelota. Sus hermanos mayores Emmanuel y Sebastián fueron mentores futbolísticos casi inconscientemente, ya que le contagiaron el amor por la redonda. El trío Aranda dio sus primeros pasos en un club de barrio llamado Sociedad de Fomento Vista Alegre. Al Pola siempre lo mandaron a la cueva por su importante estatura (siempre fue el más alto en todos los equipos que integró y llegó a 1,90).


El gusto por el fútbol aumentó a la par de su tamaño en el baby de Tristán Suárez y el club Altos de Tristán Suárez, donde empezó a forjar una estirpe ganadora que lo conduciría a Boca Juniors. En la Ribera desembarcó en el año 2014, justo después de quedar libre de Banfield. Algunas pruebas con el Selectivo xeneize bastaron para que lo ficharan a los pocos días.



Aranda nació en el 2001, en medio de la gesta del bicampeonato continental del Boca de Carlos Bianchi. El destino quiso que varios puntales de aquel monstruoso equipo retornaran a la institución justo cuando él dio el salto a Primera. El Patrón Bermúdez, modelo a seguir en su posición, Battaglia, quien lo dirigió desde que estaba en la Reserva, y Juan Román Riquelme, responsable del fútbol e ídolo personal (el Pola es fanático de Boca, por legado maternal, desde que era pequeño).

“Un veterano de la guerra, a punto de subir al micro, se despide de su familia. Ocurrió ayer, en Retiro”, reza el epígrafe de la foto de un artículo periodístico que fue recortado y encuadrado por la familia Aranda. En primer plano, el Pola de bebé es sostenido a upa de su mama. De fondo, Pedro Carlos Aranda se está por subir a un ómnibus camino al homenaje que le realizarían en 2002 -a dos décadas del inicio de la Guerra de Malvinas- a los ex combatientes en Ushuaia, Tierra del Fuego.

Pedro es oriundo de la localidad de Vera, Santa Fe. Se crió con su madre hasta los 6 años, cuando pasó a vivir con su tía hasta los 12. Eran épocas en las que no abundaba la oferta laboral y la comida no alcanzaba para tantas bocas. Apenas llegó a terminar la escuela primaria porque se mudó a Buenos Aires para vivir en el barrio del aeropuerto de Ezeiza con la familia de una amiga de su mamá. Estuvo de paso, porque enseguida consiguió trabajo en una empresa de reparto de pintura y se hizo lugar para alojarse en uno de los locales. Sus labores en los camiones que partían en Luis Guillón y se extendían por toda la provincia de Buenos Aires cargando y descargando pintura y sus derivados se detuvo abruptamente: lo llamaron para hacer la colimba en el Regimiento 7 de Infantería de La Plata.



Fue uno de los tantos jóvenes de 19 años que partieron a las Islas el viernes 13 de abril de 1982. Integró un grupo de 1.200 hombres repartidos en cinco compañías. Su regimiento fue el que más muertos registró: un total de 36 caídos (y más de 140 heridos). Oír el relato de Pedro Aranda es estremecedor: “Fue terrible, un infierno la guerra. Fuimos unos chicos jóvenes de 19 años y volvimos hombres cambiados totalmente de la cabeza. Y muy mal psicológicamente por haber estado en combate. Hemos vuelto todos mal”. Las penurias de su Compañía Comando se registraron en Wireless Ridge, cerca del Río Murrell, a escasos 12 kilómetros del Aeropuerto de Puerto Argentino de las islas. La madrugada del 14 de junio, en la que las tropas británicas atacaron ese punto, temió por su vida como nunca antes. Así y todo, aseguró que la Compañía B la pasó peor dos días antes.

A la rendición y vuelta a casa le siguieron secuelas que duraron años. Muchos veteranos de Malvinas sufrieron discriminación laboral y Pedro tuvo que evitar contar que había estado en la Guerra del 82 para obtener trabajo como chef gracias a la recomendación de un vecino amigo. Fueron 20 años de trabajo ininterrumpido hasta que cayó en una fuerte depresión por la que tuvo que ser internado en una de las salas de psiquiatría de Campo de Mayo: “Al segundo día me sacó mi señora, el Polaquito tenía meses cuando caí internado. Por suerte pude hacer todo el tratamiento en mi casa”.



Aranda padre adquirió el vicio del cigarrillo. Llegó a fumar entre 4 y 5 paquetes por día. El momento en el que dijo “basta” fue tras la invitación del Cabo Carrizo, que en la guerra perdió un ojo y parte de una oreja por el fusilamiento de los ingleses, para participar de una olimpíada para veteranos en Tandil. “Fui a correr y tenía la barba larga, como de 60 ó 70 centímetros. Me decían todos Forest Gump (por el personaje de la famosa película que encarna Tom Hanks). Estaba mal entrenado y todavía fumaba, pero así y todo gané la medalla de bronce en los 2.500 metros llanos libres. Me di cuenta de que tenía espíritu para correr y no paré hasta hoy”, cuenta.

El cambio de vida fue radical. Con lluvia, frío o calor, Pedro jamás faltó al Parque de Lomas para entrenarse cada domingo y, en general, no bajó del quinto puesto en su categoría. Como si le hubieran faltado más pruebas y obstáculos en la vida, en el año 2015 sorteó una operación de corazón abierto (le intervinieron una arteria aorta durante seis horas) en la Fundación Favaloro y más tarde volvió al quirófano por un cáncer de riñón.

“Hoy puedo decirte con mucha alegría y tranquilidad que después de una operación de corazón y de que me sacaran un riñón por un cáncer, sigo corriendo porque me habilitaron y porque me encanta. Es una forma de vivir. El atletismo me dio tranquilidad, paz interior y alegrías, más allá de la posición en la que llegue”, asegura el hombre que ya superó las 300 carreras en distintos circuitos del país, incluidas medias maratones, maratones y hasta lances de 100 kilómetros en tramos.



Gabriel mamó la cultura del esfuerzo y la dedicación. El combo entre un padre atleta, hermanos apasionados por la pelota y el llamativo porte de metro noventa lo llevó a hacerse un lugar en la zaga central de la Primera de Boca. El año pasado fue intenso por el título obtenido con la Reserva más la victoria -con gol incluido- en la final por el Trofeo de Campeones de la categoría ante Sarmiento de Junín. Además, en 2021 estampó su firma hasta diciembre de 2025 con el club de sus amores. Hoy vive un presente de ensueño, pero no olvida sus orígenes.

“¡¡Mi único héroe!! Feliz días para vos, que supiste defender nuestra patria, te amo viejo!”, fue la dedicatoria del Pola para su papá, en un posteo que realizó en sus redes sociales a 40 años del desembarco de las tropas argentinas en las Malvinas. El defensor, con indumentaria azul y oro; el veterano, con un buzo de las Islas coloreadas de celeste y blanco. Gabriel Aranda, que conoce el relato bélico de la boca de su papá, nunca teme luchar dentro de una cancha de fútbol. Y seguramente algunos de los secretos de su incipiente éxito radiquen en las crudas experiencias de vida de Pedro.

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